El virus nos une al mismo tiempo que nos separa de la sociedad. Todos afrontamos la enfermedad, pero desde nuestra experiencia individual, todos estamos juntos en esta pandemia mientras nos aislamos y nos encerramos en nuestras casas. Estamos solos en un mundo lleno de personas.
Este desprestigio que a lo largo de los años se le ha dado a lo espiritual y por lo tanto afectivo, ha hecho que Unamuno se pregunte tanto por el verdadero carácter que tiene la filosofía en el hombre y lo que significa ser hombre en general. Como bien nos lo dice en las primeras páginas de su texto titulado Del sentimiento trágico de la vida, “el hombre, dicen, es un animal racional. No sé porqué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental”.
El amor se ha banalizado completamente y por “banalizar”, me refiero a que se ha vuelto algo superficial, carente de sentido, monótono, fugaz y sobre todo mal comprendido. En los últimos años he notado como el amor se ha reducido a una simple interacción entre dos personas que se atraen, ya sea de manera física, amorosa, intelectual, vocacional, familiar o simplemente como una necesidad.
He conocido a mucha gente que le interesa la filosofía. Evidentemente no me refiero a aquellos que la estudian a los cuales indudablemente les atrae sino a personas que estudian una carrera completamente distinta y pero que les llama mucho la atención. Sé lo difícil que puede llegar a ser el querer estudiar filosofía por tu propia cuenta, yo lo viví porque desde antes de entrar a la universidad ya me gustaba la filosofía y no sabía cómo acercarme a ella.
La filosofía no busca cualquier tipo de sabiduría, sino aquel que nos lleve hacia la verdad, hacia este despertar de nuestra conciencia, la cual se violenta a sí misma para salir de su zona de confort. Esta zona de confort se puede entender como una costumbre, una ideología, un prejuicio, una verdad a medias, un arraigo a lo conocido y un miedo a lo desconocido, la costumbre de seguir al otro, del no-ser-yo por miedo a lo que me encuentre.